Eran sobre las 20:55 horas y un cosquilleo recorría mi
cuerpo, mis manos frías delataban el nerviosismo que sentía por el hecho de
conocer al fin una gran escritora: Megan Maxwell.
Ya eran las 21:00 y a lo lejos se divisaba una preciosa
limusina, abran las puertas para que nos acomodemos en la sala. Todo era
especial, en el centro del escenario una mesa iluminada por los focos y un gran
número de personas eligiendo sus asientos.